"Tras cada hombre viviente se encuentran treinta fantasmas, pues tal es la proporción numérica con que los muertos superan a los vivos. Desde el alba de los tiempos, aproximadamente cien mil millones de seres humanos han transitado por el planeta Tierra. Y es en verdad un número interesante, pues por curiosa coincidencia hay aproximadamente cien mil millones de estrellas en nuestro universo local, la Vía Láctea. Así, por cada hombre que jamás ha vivido, luce una estrella en ese Universo." Arthur C. Clarke

lunes, 31 de marzo de 2008

Las cuatro letras de la vida

Cuatro letras. Eso es todo lo que necesita la naturaleza para construir, molécula a molécula, célula a célula, todo un ser humano, con toda su inabarcable complejidad. Cuatro letras. Cuatro letras para definir cada rincón de nuestro cuerpo y, lo que resulta mucho más perturbador, para formar nuestra conciencia. Cuatro letras que combinar para formar todas las palabras con las que la naturaleza nos describe. Cuatro letras que simples moléculas inanimadas son capaces de leer, interpretar, y obedecer, para fabricar todas y cada una de las proteínas que nos componen, para formar todo un ser humano.

Cuatro son las letras con las que se escribe el código de la vida, el ADN, que todos llevamos encerrado en el núcleo de cada una de nuestras células, en unos gigantescos libros llamados cromosomas. Cada una de nuestras células contiene toda esa información, suficiente para volver a construirnos, aunque las células en sí hayan perdido ya esa capacidad para multiplicarse y convertirse en cualquier otro tipo de tejido. Han dejado de ser células madre, aunque el contenido de su núcleo sea el mismo.

En esos gigantescos libros, los cromosomas, solo encontraremos cuatro letras, llamadas adenina, citosina, guanina y timina, o simplemente, A, C, G y T, las cuatro letras de la vida. Simples combinaciones de estas letras, una cadena enorme de ellas, describen todo nuestro cuerpo, cada órgano, cada célula. Nuestro color de ojos, altura potencial, predisposición a determinadas enfermedades o las enfermedades mismas. Si tenemos la mala fortuna de que durante el proceso de fecundación nuestro cromosoma 21 termine con una copia extra, tendremos síndrome de Down. O si un determinado gen llamado CFTR tiene unas pocas letras equivocadas en esa cadena, tendremos fibrosis quística. En buena medida, somos nuestros genes.

Una determinada secuencia de esas letras que pueda traducirse en una determinada proteína, se denomina gen. Es la secuencia con la que se codifica una proteína, las moléculas orgánicas que nos forman. Cada uno de nuestros 46 cromosomas (22 parejas más los 2 sexuales) contiene cientos o miles de genes. Se estima que un ser humano contiene unos 20.000 genes. Únicamente 20.000 instrucciones con las que fabricarnos, empleando solo esas cuatro letras. La mosca de la fruta contiene 23.000... De hecho, no estamos seguros del número de genes que poseemos. Según el investigador que se consulte, el número oscila entre 12.000 y 300.000, lo que nos hace ver lo lejos que estamos de comprender realmente este código genético.

Pero estas cadenas de letras llamadas cromosomas tienen una característica maravillosa (para nosotros, pues nos da la vida). La estructura atómica de esas letras hacen que solo se puedan combinar de determinada manera. La A con la T y la C con la G. De esta manera, una parte de esta larga cadena estará formada por unas letras, por ejemplo ACGT y la otra mitad por sus complementarias, TGCA, formando una doble hélice con información redundante. De esta manera, partiendo esa escalera de caracol por la mitad tenemos información suficiente para reconstruir dos escaleras idénticas a partir de ambas mitades. Es por tanto una molécula que se puede reproducir y que porta información. Es todo lo que la naturaleza precisa para construir un ser vivo. Añadamos algunos errores de transcripción aquí y allá, aleatoriamente, en ese libro de instrucciones y, de vez en cuando, esos errores escribirán una palabra nueva que de a ese ser vivo una característica nueva. La selección natural hará el resto. Si ese error de transcripción mejora al ser vivo, se perpetuará. Ya solo nos queda un último detalle. Cantidades inconcebibles de tiempo, para que la recombinación de esas letras permita una variedad casi infinita de formas de vida. Con esta receta la naturaleza creó todo este mundo rebosante de vida. Con solo cuatro letras. Cuatro letras y mucho tiempo.

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