"Tras cada hombre viviente se encuentran treinta fantasmas, pues tal es la proporción numérica con que los muertos superan a los vivos. Desde el alba de los tiempos, aproximadamente cien mil millones de seres humanos han transitado por el planeta Tierra. Y es en verdad un número interesante, pues por curiosa coincidencia hay aproximadamente cien mil millones de estrellas en nuestro universo local, la Vía Láctea. Así, por cada hombre que jamás ha vivido, luce una estrella en ese Universo." Arthur C. Clarke

viernes, 23 de mayo de 2008

Phoenix

El próximo domingo, 25 de mayo, es uno de esos días marcados en el calendario de cualquier amante de la astronomía. Un día esperado durante largos años. Este domingo la sonda espacial Phoenix llegará puntual a su encuentro con el planeta Marte, después de haber recorrido 260 millones de kilómetros durante nueve meses. Esta sonda, Phoenix, fue programada y diseñada a partir de dos sondas anteriores, la malograda Mars Polar Lander, que se estrelló contra la superficie marciana en 1.999, y la suspendida Mars Surveyor Lander. A ello debe su nombre.

Llegará este domingo el momento más delicado y comprometido de la misión, el frenado y la toma de tierra. Podéis haceros una idea de lo realmente complicado que es llevar una sonda de un planeta a otro dando este “paseo por el universo”. Sus últimos compañeros, los rovers marcianos Spirit y Oppotunity, que hace más de dos años que recorren la superficie del planeta rojo, hicieron la última etapa de su viaje, el aterrizaje, empleando enormes airbags que amortiguaron el golpe contra la superficie del planeta. Rebotaron varias veces, rodaron sobre esos enormes airbags, hasta que finalmente se detuvieron, desinflaron esos airbags y nacieron al cielo rojo de Marte. Pero esta vez será diferente. La sonda Phoenix es enorme, con una envergadura de más de cinco metros y un peso de 705Kg (350Kg sin su etapa de crucero). Estas dimensiones hacen imposible el uso de airbags, por lo que la sonda frenará mediante retrocohetes que se activarán a poca distancia de la superficie, haciendo que la toma de contacto con el oxidado suelo se realice a unos “suaves” 2,4 metros por segundo. Si todo sale según lo previsto, Phoenix descenderá hasta el suelo marciano, a 68 grados de latitud Norte, en las planicies de una región llamada Vastitas Borealis.

Es una operación enormemente delicada que debe ser realizada íntegramente de modo automático, sin la menor ayuda de los controladores de la Tierra, ya que todos, incluidos los técnicos de la NASA, la veremos en diferido. El motivo es la enorme distancia que nos separa de nuestro planeta vecino, entre 78 y 378 millones de kilómetros (la distancia varía en función de la posición de cada planeta dentro de su órbita). La señal enviada por la sonda tardará más de 15 minutos en llegar a la Tierra. Por no hablar de la imposibilidad de las comunicaciones cuando la nave quede envuelta en una nube de plasma por el rozamiento durante su entrada en la tenue atmósfera marciana. Esperaremos esos 15 minutos con ansiedad, con la esperanza de que Phoenix aterrice sin problemas y pueda iniciar su importantísima misión científica.

Más del 50% de los aterrizajes en Marte han fracasado, lo que nos da una idea de la dificultad de la operación. Esperemos que en esta ocasión esa estadística disminuya y podamos maravillarnos con la información que la sonda Phoenix nos enviará de su misión científica en el planeta rojo.

Aquí tenéis una detallada descripción de las características de la sonda, de todos los instrumentos científicos que porta y de los objetivos de la misión.

martes, 20 de mayo de 2008

Vida, naturaleza y panspermia

La vida no se acaba con el hombre. Con nuestra visión antropocéntrica es difícil darse cuento del lugar que ocupamos en el infinito de la Creación, en ese vasto sembrado de vida que es el universo. La Tierra tiene unos 4.500.000.000 años (¡cuatro mil quinientos millones de años!), y durante casi toda su existencia ha rebosado vida, principalmente en los últimos 500.000.000 años, cuando aparecieron y proliferaron casi todas las ramas de la vida que conocemos. En todo ese tiempo, inconcebible para nuestra mente, han aparecido y desaparecido millones de especies, la mayoría de ellas sin dejar el más mínimo rastro de su paso por la historia de la vida. Se estima que se han extinguido más del 99,999% de las especies que alguna vez han habitado la Tierra. Luego desconocemos la práctica totalidad de la vida en este nuestro planeta. La Tierra ha conocido épocas mucho más extremas para la vida que ésta. Épocas en las que el oxígeno estaba ausente en la atmósfera, épocas con una temperatura media muy superior a la actual, y también épocas en las que era prácticamente una bola de nieve. Y entonces la vida también proliferó.

Ahora el futuro de la vida humana se encuentra amenazado por nuestras propias acciones. Hemos esquilmado los mares, arrasado los bosques, contaminado la atmósfera. Hemos roto ese delicado equilibrio de nuestra era en apenas siglo y medio. Los niveles de plomo en la atmósfera tardarán milenios en volver a los de la época preindustrial. Los niveles de CO y ozono superficial son los más altos de nuestra historia. El CO2 crece a un ritmo por el que en unos siglos llegará al nivel existente en el cretácico, cuando los dinosaurios dominaban la Tierra, una Tierra entonces con una atmósfera mucho más rica en oxígeno. La superficie cubierta por bosques, selvas, o pluviselvas tropicales es un débil reflejo del pasado. No hace mucho leí que hemos asfaltado ya el 1% de la superficie del planeta. Estamos destruyendo nuestro entorno natural a un ritmo desenfrenado.

Pero la vida sobre la Tierra no se encuentra, ni mucho menos, amenazada. Si algo define la vida es su capacidad para adaptarse, su capacidad para expandirse, para cruzar fronteras y saltar barreras. La vida se multiplica y adapta en condiciones que nos parecerían imposibles. No se le pueden poner barreras, pues la hemos visto ya infinidad de veces proliferar en ambientes terriblemente hostiles. La vida se abre camino. Es posible que nuestros desmanes terminen con nuestra existencia como especie, es posible que provoquemos extinciones masivas tan duras como las acaecidas cuando la Tierra era bastante más joven. Pero la vida seguirá floreciendo en esta mota de polvo. La vida nos dejará atrás, pasaremos a formar un capítulo cerrado de la interminable historia de materia mágicamente animada. Nos llevaremos muchas otras especies con nosotros, pero no tenemos capacidad para acabar con la vida. Aunque nos lo propusiéramos, seríamos incapaces de limitarla.

Aparecerán bacterias que se alimenten de los materiales radiactivos que estamos extrayendo y enriqueciendo, aparecerán nuevas plantas que resquebrajarán nuestro asfalto y hormigón, musgos que convertirán nuestras estatuas de cobre en polvo, microorganismos que descompondrán nuestros plásticos, animales adaptados al mundo que dejemos en nuestra ausencia. Formas de vida inimaginables que volverán a cubrir un planeta más cálido que el que habitamos actualmente.

Y la historia de la vida continuará durante miles de millones de años. Se ocultará bajo la superficie a medida que el sol vaya madurando y eleve la temperatura decenas de grados, quizá continúe existiendo cuando nuestra estrella se hinche y expanda, convirtiéndose en una gigante roja. Quizá entonces despedace la Tierra, y esparza nuestras cenizas por el universo, escondiendo en ellas aminoácidos y numerosa materia orgánica que tras cientos de años de viaje regará las estrellas cercanas, sembrará los planetas cercanos con nuestros restos, con las semillas para nuevas formas de vida, que evolucionarán y proliferarán bajo cielos extraños. Quizá así llegó la vida a nuestro planeta, procedente de las estrellas, de las cenizas de paraísos perdidos por siempre bajo la tiránica línea del tiempo. Este universo parece hecho expresamente para la vida, para la vida eterna.

jueves, 15 de mayo de 2008

Solo queda la ausencia

Después de la ira y el dolor, solo queda la ausencia. Sumergiéndome en esos mares de opinión y reflexiones, en los que cada blog no es más que una gota en el océano, me he topado con unos versos publicados en una de esas bitácoras. Los encontré en el blog Evocación de la Gloria, de Miguel Novo. El autor es el propio dueño de la bitácora, un magnífico y anónimo poeta gaditano. Robándolas de su sentido original para prestárselas a la familia de José Manuel Piñuel y a todas las víctimas del terrorismo.

“Promesas de tantas primaveras que se fueron, que aún perduran tras el manto de la Virgen, tras la cruz del Señor, con el alma tan descalza como los pies, con los ojos disfrazando la pena de no poder verle la cara. Promesas que resucitan cada año, que nunca se olvidan, porque se grabaron a fuego una noche de primavera en los silencios del corazón. Pero, en primavera, tampoco hay silencios porque no existe la muerte.”
Miguel Novo.

martes, 13 de mayo de 2008

Antes de hacer las maletas

Para muchos, Antonio Martínez Ares es uno de los grandes poetas vivos en lengua castellana. Yo no tengo dudas de que así es, aunque el ámbito en el que muestra sus letras, el carnaval, le resta notoriedad. Dejo aquí un pasodoble suyo, de su comparsa de 1.997, “El Vapor”. En este caso dedicado a su madre. Prestar atención a la letra porque es sublime, el que no se emocione con ella es que no tiene alma.

miércoles, 7 de mayo de 2008

Cánticos de la lejana Tierra

Este es el título de una, para mí, magnífica novela de ciencia ficción de Arthur C. Clarke. Una novela que rezuma romanticismo ante la inmensidad del cosmos y los misterios de la vida humana.

Por lo que sabemos, el universo es, a nuestra escala, prácticamente infinito. Solo nuestra galaxia tiene cientos de miles de millones de estrellas. Cientos de miles de millones. Y nuestra galaxia es simplemente una entre cientos de miles de millones de ellas. Cientos de miles de millones. Y esto solo es lo que sabemos. Podrían existir también cientos de miles de millones de universos aislados. O que el nuestro tenga una extensión cientos de miles de millones de veces mayor de lo que hasta ahora creemos, dependiendo de la velocidad de expansión durante el periodo de inflación que siguió al Big Bang. Lo mismo podemos decir del tiempo. Han pasado unos 14.000 millones de años desde el instante de la Creación. Y queda por delante toda una eternidad. Son unas dimensiones absolutamente inabarcables, por lo que decir que nuestro planeta es una pequeña mota perdida en la inmensidad es ser enormemente generoso para con nuestro mundo.

Pero no todo es insignificancia en este rincón del cosmos. Aquí ha florecido no solo la vida, si no algo mucho más valioso, la conciencia. Y con ella la tecnología que nos hará perdurar hasta que la última estrella se apague, hasta que el universo se diluya completamente o vuelva a replegarse en un inmenso Big Crunch. No hace mucho escuché hablar de un concepto de esos que hacen que la astronomía destile romanticismo y melancolía, la radiosfera. Se trata del espacio hasta donde han llegado las ondas de radio que la humanidad ha emitido, desde que éstas empezaron a inicios del siglo XX. Si mal no recuerdo, la primera emisión de video con potencia suficiente como para superar la atmósfera y que salió de la Tierra rumbo a la eternidad fue la ceremonia de inauguración de los Juegos Olímpicos de Berlín de 1.936, un alegato de Hitler sobre la raza aria y el nazismo. No fue una buena tarjeta de presentación. Desde entonces, millones de señales han partido desde este pequeño planeta rumbo a todo el universo. Todas estas señales han llegado ya, debilitadas, a cientos de nuestras estrellas vecinas, a cientos de planetas extrasolares.

Pasarán los años, y esas señales seguirán recorriendo con obstinación estrellas y planetas, nebulosas y cúmulos, galaxias y más galaxias. Pasarán los años, los siglos, los milenios. Pasarán millones de años, hasta que nadie recuerde ya ese pequeño planeta ni esos insignificantes seres vivos que lo habitaron, y esas señales seguirán llevando nuestra obra a lo largo de todo el universo. Débiles, debilísimas señales, que esconden en su codificación imágenes de todas nuestras ciudades, obras, toda nuestra ciencia, nuestro entretenimiento, nuestra música, nuestra historia. Apenas un residuo de radiación que permanecerá durante miles de millones de años como único testigo de nuestro paso por este misterioso campo de estrellas, más allá del momento en el que el sol deje de iluminar nuestro cielo y la Tierra vuelva a ser polvo disperso en el espacio.

Señales que posiblemente ya hayan llegado a formas de vida inimaginables para nosotros. Que ya han llegado o llegarán en un futuro más o menos lejano a conciencias y civilizaciones que contemplarán, si llegan a descifrarlas, las imágenes de una antiquísima y lejana civilización llena de odios, amores, imaginación, esperanza, maldad, arte, miedos, sensibilidad, conciencia. Quizá también algún día nuestros lejanísimos descendientes miren con condescendencia la atribulada vida de nuestra sociedad. Quien sabe, quizá esas extrañas conciencias también se conmuevan escuchando nuestra música, mirando nuestras pinturas. Quizá el concepto de belleza sea una ley natural, quizá la ley moral exista realmente como una ley física, eterna y universal más, y esas mentes que nos observen en lugares lejanísimos en el espacio o en el tiempo se conmuevan ante la melancolía, la búsqueda de la belleza y de la verdad, las pasiones, los sacrificios y atrocidades que una vez una extraña especie esparció por el universo desde la lejana Tierra.

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