"Tras cada hombre viviente se encuentran treinta fantasmas, pues tal es la proporción numérica con que los muertos superan a los vivos. Desde el alba de los tiempos, aproximadamente cien mil millones de seres humanos han transitado por el planeta Tierra. Y es en verdad un número interesante, pues por curiosa coincidencia hay aproximadamente cien mil millones de estrellas en nuestro universo local, la Vía Láctea. Así, por cada hombre que jamás ha vivido, luce una estrella en ese Universo." Arthur C. Clarke

viernes, 29 de junio de 2007

La contingencia del universo

Según la definición de la Real Academia, contingencia significa: “cosa que puede suceder o no suceder”. Creo que todos tenemos claro que el universo “sucede”. Si no, no estaríamos aquí. También nosotros “sucedemos”. Lo perturbador es la enorme cadena de acontecimientos que ha tenido que producirse para que la contingencia se traduzca en nuestra existencia. Se trata literalmente de una cadena infinita de acontecimientos, por lo que la probabilidad de que existamos se vuelve infinitesimal. Se diría que matemáticamente es imposible nuestra existencia... O quizá no. Si consideramos un universo infinito, la probabilidad infinitesimal se convierte el certeza. En un universo infinito, tarde o temprano se dará la combinación exacta que termina implicando la existencia de todo lo que puede existir. En ese sentido, nuestra propia existencia sería inevitable.

Consideremos un ejemplo clásico: una biblioteca infinita. Una biblioteca en la que haya un infinito número aleatorio de combinaciones de letras. La inmensa mayoría de libros serían ininteligibles, pero a medida que aumenta el número de volúmenes, empezarían a aparecer palabras, frases, textos completos, generados de forma aleatoria. Así, tarde o temprano el azar haría que apareciera el Quijote, las obras completas de Shakespeare o mi propia biografía, aunque yo nunca la escriba. Aparecerían todos los libros jamás escritos, todos los libros que están por escribir, todos los libros imaginables. La poesía más sobrecogedora y la novela más intensa, así como sus adaptaciones a todos los idiomas que jamás hayan existido. Así, traduciendo este hecho a un universo infinito, en éste, tarde o temprano, terminaría apareciendo todo lo que puede existir, con lo que nuestra conciencia no sería más que una imposición de la existencia propia del universo.


Podemos ir más allá, observando que las propias leyes del universo parecen impuestas por alguna causa superior. Si esto es así, se puede inferir la existencia de una infinidad de universos con diferentes leyes físicas. Por ejemplo, en el nuestro, la fuerza de la gravedad es inversamente proporcional al cuadrado de la distancia. Pero podría ser que esa ley, aparentemente aleatoria y sin un principio, axioma en sí misma, fuese diferente. Si en vez de relación cuadrática fuera algo mayor o algo menor, no existirían planetas que sirvan de sustento a la vida. Si la fuerza nuclear débil fuese ligeramente diferente a la que es, no existirían estrellas que nos alimentasen. Si la segunda ley de la termodinámica fuera inversa, no se darían las condiciones para la aparición de la vida. En la propia estructura del universo subyace un principio existencial que hace que éste que habitamos sea propicio para la vida. Pero en un metauniverso de infinitos universos locales, la existencia de éste tan acogedor sería una certeza.


Es decir, si el universo es infinito, nuestra existencia sería inevitable, pero en un universo finito, nuestra existencia sería imposible. Dado que existimos, se podría inferir que el universo es infinito. Parece que vivimos en un universo diseñado para acogernos, aunque el principio antrópico, absurdo en si mismo, nos hace ver que esta afirmación es asimismo absurda. Nunca llegaremos a saberlo, aunque si tanto el universo como el tiempo son infinitos, nos lo volveremos a preguntar en un lejanísimo futuro, cuando las condiciones actuales se vuelvan, necesariamente, a repetir. Nuevamente Zaratustra aparecerá para predicar el Superhombre, nuevamente se dará cuenta de lo que es el "eterno retorno" y nuevamente despertará...
Pero algo falla en este razonamiento. La repetición infinita de una probabilidad infinitesimal no es una certeza, es una indeterminación. Lo imposible no se hace cierto en el infinito. Si tiramos un dado un número infinito de veces nunca saldrá un nueve. Entonces... ¿a qué conclusión llegamos?

jueves, 28 de junio de 2007

La insoportable levedad de la materia (2 de 2)

Continuando con la entrada anterior, y una vez vista la teoría sobre la composición de la materia, voy a dejar a un lado toda esa teoría de partículas y voy a entrar en su disposición espacial y dimensional. Aquí podéis ver un modelo a escala del átomo más pequeño que existe, el hidrógeno. Vemos que el material principal del que está hecho absolutamente todo es... el vacío. A la escala que muestra el modelo, la distancia entre el protón y el electrón es de 18Km de absoluto vacío. Y si nos introducimos en el protón nos encontraremos con que está compuesto por tres partículas del mismo tamaño del electrón. A medida que vemos átomos más grandes, las distancias de las órbitas de los electrones aumentan enormemente, aumentando el vacío de la materia, dejando una insustancialidad sorprendente. La materia se vuelve cada vez más débil. Y posiblemente esos quarks y electrones estén compuestos por partículas infinitamente más pequeñas.

Vemos que los átomos no son más que pelotas de vacío sólido e impenetrable. Pero, ¿qué es el vacío? Aristóteles no era ingenuo, el vacío tiene que sustentarse en algo. El espacio que ocupa un cuerpo, no la materia en sí, también debe estar estructurado. El espacio debe tener una estructura subyacente, un escenario activo que permite la existencia de todo lo que es, no un mero escenario pasivo. ¿De qué está compuesto el espacio, el vacío, el escenario del universo? Ocupamos un lugar, pero, ¿qué es ese lugar? Ese es otro tema en el que apenas hemos empezado a rascar la superficie, y se me antoja demasiado lejano como para poder estudiarlo.

La materia está casi absolutamente hueca, se diría que no es más que condensación de energía. Lo único que nos impide atravesar una pared es la energía que repele los electrones de las superficies de ambos cuerpos. Todo lo que tocamos y sentimos como cuerpos sólidos no son más que interacciones energéticas, dejando a la materia como algo insustancial y otorgando esa sustancia existencial a los cuatro distintos tipos de energía. Nosotros estamos compuestos de materia, y la materia, literalmente, no existe...

La insoportable levedad de la materia (1 de 2)

Al igual que hay un viaje a lo infinitamente grande, también hay un misterioso viaje a lo infinitamente pequeño. La estructura misma de la materia. Dedicaré varias entradas a este tema, y la de hoy la emplearé a modo de introducción.

Ya desde el nacimiento de la civilización el hombre se ha preguntado por la composición de todo lo que les rodea. El primer paso importante fue el concepto de átomo, tradicionalmente adjudicado a la escuela atomista griega a la que pertenecía Demócrito, aunque con anterioridad ya había filósofos indios que exploraron ese camino. Átomo, del latín atomus, y éste del griego άτομος, indivisible. Es por definición la unidad indivisible de materia. Por definición, aunque no se corresponda con la realidad. El punto de vista de esta escuela rompe con la visión continua de la materia para darle una composición discreta. Según ellos, la materia está compuesta por partículas indivisibles (átomos), diferenciables unas de otras únicamente por la forma y el tamaño, sin ninguna otra propiedad en sí mismos. Posteriormente Aristóteles criticó esta visión apoyándose en que no puede existir el vacío entre estas partículas. Hoy sabemos no solo que existe ese vacío, sino que además esas propias partículas están básicamente vacías.

Otra característica importante de la escuela atomista era el determinismo mecánico, que ha perseguido a la ciencia hasta entrado el siglo XX. Conociendo la posición, velocidad y distintas propiedades de todas las partículas de un sistema, conoceremos la posición de todas las partículas en cualquier instante de tiempo, pasado o futuro. Éste atentado contra el libre albedrío, que pretendo tratar en una entrada posterior, permaneció vigente hasta la aceptación de la mecánica cuántica y su visión probabilística del comportamiento subatómico.

Pero vayamos a la pregunta esencial, ¿de qué está compuesta la materia? Hasta éste momento hemos descubierto que el átomo se divide en partículas subatómicas, electrones, protones y neutrones. Luego vimos que éstos también son divisibles, obteniendo una gran cantidad de partículas sub-subatómicas, los quarks. Pero probablemente no nos quedemos aquí. Los quarks forman una gran y heterogénea familia. Básicamente lo forman seis tipos de partículas, de nombres muy poco serios (arriba, abajo, cima, fondo, extraño y encanto). Cada tipo de quark tiene su antipartícula correspondiente, y hay tres clases o colores diferentes dentro de cada quark o antiquark. Los quarks pueden ser rojos, azules o verdes, mientras que los antiquarks pueden ser antirrojos, antiazules o antiverdes. Los colores de los quarks y antiquarks no tienen nada que ver con los colores que distingue el ojo humano, sino que representan una propiedad cuántica. Cuando se combinan para formar hadrones, los quarks y antiquarks sólo pueden existir en determinadas agrupaciones de colores. El portador hipotético de la fuerza entre quarks se denomina gluón.

Pero estos quarks no son más que una familia dentro de las dos (fermiones y leptones) que componen la materia ordinaria. Y la materia ordinaria solo compone aproximadamente el 2% de la materia del universo (¿?). Efectivamente, hoy sabemos que hay muchos otros tipos de materia, como la antimateria. No es nada fantástico, el antielectrón, es decir, la partícula de antimateria análoga al electrón, se llama positrón, y es usada masivamente en hospitales de todo el mundo en la Tomografía por Emisión de Positrones, PET. Además de la antimateria están la materia oscura y la energía oscura, cuyas propiedades aun desconocemos, pero que deben poseer masa por el comportamiento mecánico a gran escala de cúmulos galácticos, al igual que se sospecha de los neutrinos. El panorama es desalentador, pues estamos muy lejos de conocer la estructura subyacente del universo. La creencia general sigue siendo que debe existir una partícula primordial con unas características que le darían la personalidad de un quark determinado, no un enorme y heterogéneo conjunto de partículas esenciales. Pero aun estamos enormemente lejos, y el tupido velo de la longitud de onda ya casi no nos deja adentrarnos más.

miércoles, 27 de junio de 2007

Carnaval: los que no paran de rajar

Esta semana toca una chirigota del Yuyu. He escogido un pasodoble de la chirigota que sacó en 2006, “los que no paran de rajar”. Humor surrealista típico del Yuyu, dedicado a Fernando Alonso. Otro día pondré el popurrí, porque es realmente bueno.


martes, 26 de junio de 2007

Otra humanidad: homo neanderthalensis

Hubo un tiempo donde convivieron dos especies humanas diferentes en nuestro planeta. Diferentes pero perturbadoramente similares. En ambos brillaba la inteligencia en sus ojos. Unos éramos nosotros mismos y los Otros (como los llaman en la serie literaria “Los Hijos de la Tierra”, de Jean M. Auel), la otra humanidad, eran los hombres de Neandertal, una rama paralela en el árbol evolutivo. Una rama que guarda muchos secretos.

Mucho se ha escrito ya sobre estos hombres y mujeres, mucho se ha investigado desde el descubrimiento en el valle del río Neander (Alemania) en 1856, de los primeros fósiles de nuestros hermanos evolutivos, y su desaparición sigue envuelta en el misterio. Para hacernos una idea de nuestro parecido os lanzo una pregunta: ¿Sabríais diferenciar un elefante africano de uno asiático (dejando a un lado el acento, por supuesto...)? Pues genéticamente son mucho más diferentes entre sí que nosotros y los neandertales. Eran tan humanos como nosotros.

Hombres de baja estatura y gran musculatura, extremadamente fuertes, con una complexión física envidiable, muy bien adaptados al entorno europeo que les tocó vivir. Con nariz grande y bulbosa, ausencia de barbilla y frente huidiza, poseían el mayor cerebro que ha dado toda la rama de los homínidos, con unos 1500cc, unos 100cc mayor que el nuestro. Eran inteligentes, muy inteligentes, pero de una inteligencia diferente a la nuestra. Fabricaban herramientas y utensilios complejos, pero el modo de empleo ya marca una diferencia cognitiva frente a nosotros: sus herramientas eran mucho más especializadas, no tenían herramientas de propósito general, como las fabricadas mayoritariamente por el homo sapiens. Tenían diferentes herramientas para cortar carne, raspar, trabajar la madera, etc.

Dominaban el fuego, cazaban con flechas, y en grupo, animales imponentes como el mamut, el tigre cavernario o el oso cavernario. Recolectaban frutas y conocían los ritmos naturales de la luna, el sol y las estrellas para predecir estaciones, migraciones o floraciones. Tenían un sistema social basado en clanes, al igual que nosotros, incluso en algunos casos se especializaban laboralmente, lo que indica una sofisticación muy importante al depender la supervivencia de cada individuo del trabajo del resto del grupo. Curtían pieles de animales para cubrirse, transformaban las vejigas y estómagos de sus presas en odres, cuidaban de sus enfermos y ancianos.

Posiblemente poseían un lenguaje articulado complejo, con sonidos diferentes a los nuestros debido a la poca longitud de su faringe. Esa es una clave para comprenderlos, el lenguaje, esa abstracción catalizadora de la inteligencia. Eran como nosotros. O casi. Poseían primitivos ritos funerarios, lo cual indica un sentimiento de apego y de pérdida. Pero a pesar de todo carecían casi completamente de símbolos. Esa diferencia en los yacimientos, que en principio puede parecer trivial o anecdótica, encierra la gran y profunda diferencia entre ellos y nosotros. La abstracción, el simbolismo, la representación de la realidad. Una inteligencia esencialmente diferente a la nuestra, nos muestra la diversidad cognitiva que puede llegar a existir . Diferentes formas que encontró la naturaleza para adaptarse a un entorno hostil. Esa menor capacidad de abstracción se tradujo en una menor complejidad social que sus hermanos los sapiens, y esto posiblemente les condujo a perder la carrera por la supervivencia cuando el fin de la última era glacial cambió radicalmente su entorno.

Ésta es una de las teorías que explican la extinción de la rama homo más cercana a la nuestra, pero hay muchas otras, y se sigue investigando el motivo de la desaparición de una especie con mejor complexión física que nosotros y por lo menos con una inteligencia similar. Aunque claro, siempre nos quedará el principio antrópico para explicarlo, si no, no estaríamos leyendo esto. O tendríamos la frente huidiza...

lunes, 25 de junio de 2007

Un punto azul pálido

Hoy dejo aquí un video de uno de los grandes sabios del siglo XX. Carl Sagan fue, como científico, notable, pero como científico humanista fue simplemente excepcional. Estas imágenes, tomadas el día de San Valentín de 1990 por la sonda Voyager 1 a más de 6.000 millones de kilómetros de la tierra, son una auténtica cura de humildad para todos nosotros, para toda la humanidad. Muestra la tierra como lo que es, una insignificante mota de luz casi imperceptible por el fulgor de una mediana y vulgar estrella. Los comentarios del maestro Sagan invitan a la reflexión y a la humildad. La sonda Voyager 1 es uno de los objetos creados por el hombre que se encuentran más lejos de nosotros, junto con su gemela Voyager 2 y las Pioneer 1 y 2. En estos momentos están llegando a la heliopausa, la zona, mucho más allá de la órbita del degradado y lejanísimo Plutón, en la que la influencia del sol desaparece, con lo que estas cuatro naves estarán en breve surcando el espacio interestelar, y el sol será para ellas simplemente una más entre un infinito océano de estrellas. En ocasiones me acusan de no tener los pies en la tierra, pero es que ¡es tan poco consistente!.

jueves, 21 de junio de 2007

El solsticio de verano

Aunque por el tiempo que estamos sufriendo no lo parezca, hoy empieza el verano. Hoy es el día más largo del año en el hemisferio norte, el solsticio de verano. Del latín solstitium, sol y statum, estático, el sol quieto. La definición formal es el momento del año en el que el sol alcanza su máxima posición boreal, el momento en el que el sol alcanza el cenit a mediodía sobre el trópico de cáncer. La etimología nace por el hecho de que el sol aparenta salir durante unos días por el mismo sitio, dejando de nacer cada día más al norte para pasar a hacerlo en los días posteriores más al sur.

Aunque a nosotros nos pase completamente desapercibido y no sea más que una anecdótica efeméride astronómica, no lo era así para nuestros antepasados. Ellos dependían de la observación de estos fenómenos para su supervivencia, y los contemplaban de forma mucho más natural que nosotros. Cada día, desde la entrada de su cueva o cabaña, veían nacer el día envueltos en sus tareas cotidianas. Un día les despertaba deslumbrándoles al aparecer sobre el pequeño abeto a pocos metros de la entrada de la cueva, o detrás de la colina situada a unas decenas de metros. Poco a poco iban observando como el amanecer se iba desplazando hacia la izquierda, alumbrando primero a su compañero de cueva, al salir ya no sobre el abeto, sino sobre el claro que se extiende a su izquierda. Así, observaban de forma natural como el amanecer se iba desplazando a lo largo del tiempo entre dos puntos extremos, uno situado a la derecha y otro a la izquierda, y que nunca jamás el sol al amanecer pasaba de ahí. Así nacieron conceptos esenciales como el año (el tiempo que tardaba el sol en volver a salir por el mismo sitio, en este caso el abeto), las estaciones o los solsticios.

Y, en su rutina diaria, no les sería difícil relacionar esos movimientos con los ciclos naturales, marcados por las estaciones. Así, cuando el sol alcanzaba a alumbrar el fondo de la caverna, o determinada pintura o marca de sus paredes, sabían que estaba cerca el tiempo en el que su entorno se llenaría de frutos para alimentarse. O que cuando el sol saliera por esa roca con forma extraña junto al río llegarían las lluvias y el frío y necesitaban empezar a almacenar víveres y curtir pieles que les proporcionaran más abrigo. O que las migraciones de búfalos comenzaba tras aparecer el sol justo sobre la cueva cercana que les servía de taller de pedernal.

No sabían nada de órbitas, de ejes de rotación, ni de posiciones relativas, pero sabían que los ciclos naturales estaban marcados por el comportamiento de esa cálida esfera. De ese conocimiento, adquirido en su rutina diaria, dependía la supervivencia del grupo. En algunos grupos había algún miembro que se encargaba de ir marcando con piedras o estacas la salida del sol cada día del año, para poder predecir el cambio de las estaciones, y con el paso de las generaciones estos conocimientos se iban asentando en la conciencia de todo el grupo. Algunas tribus llegaban más allá y levantaban piedras con orificios en las más extremas de estas marcas, de forma que solo cuando el sol nacía más al norte o más al sur sus rayos atravesaban esos orificios y apuntaban lo que había detrás. Con el paso del tiempo marcaban también ese punto en el que incidía ese rayo, con otra piedra o un dibujo ritual. Así, fueron naciendo complejos astronómicos que ahora nos sorprenden, como Stonehenge. De forma natural, por simple observación de su entorno, sin ningún rasgo místico ni sobrenatural. De esta manera mejoraban sus posibilidades de supervivencia.

Ahora, en nuestras ciudades, hemos perdido las estrellas, y nos parece sobrecogedor que nuestros ancestros fueran capaces de alcanzar esa sabiduría, sin darnos cuenta de que formaba parte de su entorno, de su rutina. ¿Seríamos nosotros capaces de fabricar una punta de lanza de silex? Evidentemente no como ellos, no como nuestros padres. Nuestra supervivencia no depende de ello.

miércoles, 20 de junio de 2007

Carnaval: los juancojone

Para animar un poco el blog voy a ir introduciendo de vez en cuando videos de los carnavales de Cádiz. Hoy, para empezar, he escogido un cuplé de la chirigota del Love de 1998, “los juancojone”. Para quién no sea del sur, decir que un juancojone es un vago redomao, vago en exceso, que le cuesta hasta rascarse y le da urticaria la cola del INEM. Aquí os lo dejo.


martes, 19 de junio de 2007

La mano de Velázquez


Hoy voy a dejar de lado la grandilocuencia del espacio para dejar un pequeño rincón para el arte. Y hablando de arte, el primero en ser nombrado no podía ser otro: Diego Rodríguez de Silva Velázquez. Realmente podrían ser muchos otros, pero en el campo de la pintura creo que nadie se le puede comparar. Dicen que después de Velázquez se acabó la técnica...

Quería mostraros algo que suelen enseñar en los primeros meses de Bellas Artes: la mano de Velázquez. Lo que es la sencillez. Pintar no la realidad, si no lo que el observador quiere ver. Para situarnos en contexto, decir que en la época del autor (el cuadro se terminó en 1656) la pintura era mucho más pragmática que en la actualidad. No existía la fotografía, por lo que el sentido de la pintura era literalmente realizar una foto de la realidad. Aun faltaba mucho para la aparición del impresionismo y demás corrientes que se alejaron de la representación estricta de la realidad.

Y dentro de este contexto, nos encontramos con este maravilloso cuadro, “La Familia de Felipe IV”, vulgo de “Las Meninas”. Y dentro del cuadro, con la mano del pintor sevillano en su autorretrato. A primera vista no llama la atención. Si nos fijamos desde dos o tres metros de distancia, casi apreciamos músculos y tendones, nos parece de un detallismo obsesivo. Y da la sensación de movimiento, de estar empezando una nueva pincelada genial.

Si cambiamos de perspectiva y nos acercamos a unos pocos centímetros, todo cambia. Lo que eran unos dedos perfectamente perfilados se convierten en cuatro pinceladas bruscas y aceleradas, sin forma ninguna. Velázquez conocía perfectamente que vemos la realidad distorsionada por nuestra mente. Cuando imaginamos una mano, empleamos la idea platónica que tenemos interiorizada y vemos esa mano. Dentro del marco de una gran obra no es necesario detenerse en el detalle, porque éste ya lo pone el observador. Esos pigmentos repartidos por un lienzo imprimado se convierten en sentimiento y experiencia. Casi podemos ver el estado de ánimo de cada figura representada por el autor. Nuestra imaginación perfila la mano, le da forma y movimiento, a partir de la poca información presente en las pinceladas de Velazquez.

En una obra pictórica podemos constatarlo, pero no así en la realidad. Éste mismo proceso cognitivo lo empleamos continuamente en nuestra vida cotidiana, moldeando la vida real a nuestro antojo. No solo vemos la realidad reflejada en las sombras de una caverna, si no que además éstas pasan por el filtro del observador. Encasillamos los estímulos que recibimos dentro de nuestros corsés, creándonos una realidad ficticia. Así, no habrá dos observadores que compartan la misma verdad, y discutiremos incansablemente sobre las ideas platónicas, pero difícilmente sobre la realidad.

Y claro, así difícilmente llegaremos a estar nunca de acuerdo.

lunes, 18 de junio de 2007

Las grandes degradaciones

La historia de la humanidad es una degradación constante. Desde que tenemos conciencia, nos hemos situado en el centro de la creación, como criaturas únicas en un universo creado para nosotros. Pero la realidad es tozuda, y la ciencia, poco a poco, nos ha ido situando en nuestro lugar.

Desde el inicio de los tiempos nos hemos situado en el centro del universo. Era algo evidente, pues todos los astros giraban a nuestro alrededor, y dominábamos a todas las criaturas de la tierra. Sin duda éramos seres especiales, dotados de alma. Ésta visión pitagórica del cosmos fue una verdad casi inamovible durante siglos, a pesar de la evidencias observaciones que la desmentía. Los objetos celestiales eran perfectos e inmutables. Todo lo que en el cielo existía era reflejo de la divinidad. Incomodaban a los observadores hechos como la aparición de nuevas estrellas (novas y supernovas), el paso de cometas (del griego kometes, cabellera) o los movimientos caprichosos de ciertas “estrellas” (planetas, del griego planetes, errante). ¿Cómo era esto posible en la perfección del cielo? Éstos hechos eran simplemente ignorados.

Finalmente la observación metódica de las estrellas hizo evidente que era la tierra la que giraba en torno al sol. Fue nuestra primera degradación. La copernicana. Pero aun éramos especiales. Girábamos en torno al centro del universo, que no podía ser otro que el sol, encarnación física de la divinidad para casi todas las culturas, fuente de vida y calor. Pero la investigación científica seguiría siendo tozuda. Pronto fue evidente que las órbitas de los planetas no eran esféricas. Eran elipses, con el sol situado en uno de los polos. La desazón aumentó, pues era evidente que el círculo era perfecto y la elipse una burda deformación de lo perfecto. Pero, ¿no era perfecta toda la creación?

Aunque parezca absurdo, esa obsesión por la perfección celeste nos persiguió hasta el mismo siglo XX. No cabía en la mente humana que la ciencia estaba dibujando un maravilloso mapa cósmico de una hermosura que jamás imaginaron esos primeros pensadores. Newton dio una de las primeras pinceladas, con unas leyes inmutables y universales, por las que se regían absolutamente todos los cuerpos del universo, planetas, seres humanos, animales y objetos inanimados. Y lo más sorprendente estaría por llegar. El sol no era más que una estrella entre miríadas de ellas. No había nada que la distinguiera de todas las que brillan en el cielo. Nada, más que la cercanía. Vivíamos en torno a un puntito luminoso como muchos otros. ¡Nosotros, los amos de la creación!

Después de las degradaciones que nos desplazaron del centro del universo y destrozaron nuestra visión de un cosmos perfecto e inalterable, llegó el siglo XX, el siglo de la ciencia. Y llegó Einstein. Éste genio es una muestra del poder de la razón y de los prejuicios. Posiblemente fuera el mayor científico de la historia. Cambió nuestra visión del mundo de forma irremediable, muy a pesar suyo. Sus descubrimientos iban en contra de sus creencias en un universo eterno e inmutable. Sus ecuaciones predecían la realidad, que el universo es un lugar vivo, en movimiento, convulso, violento y en evolución. Para evitar esto inventó una constante cosmológica que mantenía al universo en su perfección, inalterable por toda la eternidad. En el que según él, sería el mayor error de su vida. Ni él mismo se libró de sus inquietudes y prejuicios.

A partir de Einstein se continuarían las degradaciones en una cadena que aun hoy continua. Ya ni siquiera el tiempo es absoluto. ¿Pero en qué universo vivimos? ¿Cómo es posible que el tiempo corra de forma diferente para cada observador? ¡La creación es perfección, no relativismo!

Luego descubrimos que había muchos objetos lejanos, situados mucho más allá de los límites de la via láctea, nuestra galaxia. Descubrimos que nuestro universo local no es más que uno entre miles de millones. Sin nada especial. Miles de millones de galaxias, con miles de millones de estrellas, durante miles de millones de años, qué fácil decirlo y que difícil comprenderlo. ¿Existirán también miles de millones de universos?

Un punto sin nada especial. Sin nada especial. ¿Es esto cierto? En absoluto. Si algo nos enseña la ciencia es que las leyes que gobiernan el universo son de una belleza y una perfección absolutas, inimaginables. Estamos descubriendo la eternidad, la inmensidad, conceptos que no caben en el pequeño conjunto de materia que forma una conciencia. ¿Cómo va a comprender una pequeña parte al todo? El misterio y la magia nos acompañarán hasta que el último hombre desaparezca. Seguiremos maravillándonos al contemplar las estrellas, seguiremos palideciendo ante la inimaginable inmensidad del universo y la eternidad del tiempo. Nunca averiguaremos qué estamos haciendo aquí, y generación tras generación, seguiremos preguntándonos qué hay más allá. Mirando a las estrellas posiblemente estemos mirando miles de millones de civilizaciones, que también se preguntarán el fin último de su existencia, del universo, del tiempo, de todo. Quizá encontremos otros seres en nuestro camino, y seguiremos igual de solos preguntándonos qué es la vida, qué es la conciencia, quienes somos y porqué estamos aquí, perdidos en una mota de polvo en mitad de la inmensidad.

Ésa es la magia de las degradaciones. No somos el centro de un universo perfecto, pero formamos parte de algo mucho más hermoso que la perfección. Quizá sea cierto, y finalmente la vida sea el centro de la creación, un imperativo de las leyes físicas de quien creó el universo.

viernes, 15 de junio de 2007

Gades, Gadir, Cádiz, Salada Claridad


Mientras los fenicios ponían la primera piedra de Gades, en la futura Inglaterra unas tribus de la edad de bronce ponían la última piedra de Stonehenge. Pasarían más de mil años antes de que Rómulo y Remo fundaran Roma, la ciudad eterna. Trimilenaria Cádiz, la ciudad más antigua de occidente.

Colonia fenicia en el, entonces, otro extremo de su mundo, con el fin de comerciar con el oro de los tartesios, pobladores del sur de la península, una cultura todavía envuelta en misterio. Llegarían los descendientes de Rómulo y Remo, más de 50 generaciones después, y la rebautizaron como Gadir.

Por tus orillas pasaron Trajano, Amilcar Barca y su hijo Anibal Barca. Bajo el manto romano se convirtió en una urbe del sur, con el mayor teatro de la península, del que solo se conserva una pequeña parte. Entonces completamente rodeada de agua, se convirtió en un punto estratégico para todas las civilizaciones que la han codiciado. Sus mármoles y baños dejaron paso a la argamasa y minaretes árabes, que durante siglos te impregnaron de su cultura. Finalmente unida a tierra firme por una pequeña lengua de tierra, convertida en necrópolis de, hasta ahora, cuatro culturas.

Cristianizada tras la reconquista, con dos extrañas e imponentes catedrales. Maltratada por corsarios ingleses y derrotada en tus costas de Trafalgar. El oro de las Indias te convirtió en el puerto más importante de Europa y en ciudad famosa por su cultura y letras.

Más recientemente, fuiste cuna de la libertad en España, capital fortuita de los restos que dejaron los franceses, que no llegaron a pisar tus enrevesadas calles. Aquí nació la primera constitución española, de la que pronto se cumplirán 200 años. Cuna de la libertad, cuna de Alberti, Pemán o Falla. Qué difícil es resumir 3500 años de historia, casi 200 generaciones de gaditanos.

Cuna de mis recuerdos, que se entremezclan con tus calles y olores. La Caleta marinera, con sus brazos siempre abiertos a la mar. La Alameda y sus imponentes murallas, con las olas eternamente rompiendo a tus pies. Qué añoranza de tus plazas, Mina, las flores, Catedral, San Juan de Dios o Candelaria. Paseos por Canalejas, por la cuesta de las Calesas, por el barrio de la Viña y la barriada de Santa María. La magia de un atardecer en el campo del Sur, con un cielo malva, grana, sangrante de tu sol moribundo acostándose en tus aguas bravas.

Historias de carnavales, de barbacoas, historias de cargadores subiendo la cuesta Jabonería con el Perdón a hombros. Mañanas en la plaza de España, a la sombra de tus torres y del monumento a nuestra constitución, la Pepa. Tu muelle, que en Cádiz no hay puerto, antaño bosque de sogas, de maromas, de mástiles y velas, hoy torres de cruceros y contenedores. Las Puertas de Tierra, murallas de una ciudad siempre temerosa de sus enemigos, ahora dando la bienvenida a una ciudad acogedora y separando la historia de extramuros, la ciudad nueva, nacida de las cenizas que en 1947 dejó la explosión de los polvorines, explosión que se pudo oír en Sevilla, que tiñó, una vez más, tu cielo de la sangre de cientos de gaditanos, en la que sigue siendo una de las mayores tragedias civiles de la historia de España. Historia sufrida curada con las sales de tu bahía, de tu abrazo con el mar.

Sufrida sigue siendo la historia de tus hijos, madre, diosa Gades. Miles somos los huidos ante tu incapacidad para alimentarnos. Con todo el dolor y la añoranza de mi lejanía de tu salada claridad, de tu luz voluptuosa. Diosa Gades, madre dolorosa de hijos hambrientos y sedientos de tu abrigo. Te escribo con puñales en mi corazón, como la Pasión, por esa orfandad infinita que me deja tu ausencia cada noche, cada mañana. Mis hijos nunca serán ya tuyos, aunque yo siempre lo seré, hasta que descanse en paz en tus arenas trimilenarias.

Inauguración

De nuevo retomo mi intención de expresar en un blog mis divagaciones. Y como en mi primer intento, empezaré con una declaración de intenciones. Éste va a ser mucho más personal, mucho más pasional, mucho menos crispado. Éste va a ser el blog de un ser humano, no de un animal político. Para eso ya tengo un blog de acogida que me ha despertado el interés por estas bitácoras.

Quiero expresar aquí mis gustos y aficiones, inquietudes y vivencias, sin más pretensión que escribir, simplemente eso. Prometo no ocupar mucho espacio con la política. Hablaré de pintura, de libros, de cine, de aficiones. Y por supuesto hablaré de ciencia. Como dice el subtítulo de ese magnífico libro de Juan Luis Arsuaga, hablaré de Amalur, del átomo a la mente. De lo infinitamente pequeño, de lo infinitamente grande, de lo infinitamente complejo. Del océano eterno en el que está perdido este pequeño punto azul pálido y sus tenaces moradores. De nuestro lugar en ésta obra celestial que es el universo. De nuestros ancestros, sus culturas y preocupaciones.

En definitiva, hablaré del hombre y su entorno, del hombre y su interior, del hombre y su pasado. Y por supuesto, de este hombre que escribe y sus vivencias. Dedico este modesto blog a mi mujer, mis hijos y mi familia. A mis amigos y a esos amigos virtuales con los que charlo a diario (ya sabéis vosotros- y vosotras- quienes sois), que aunque casi todos sean rojillos, han demostrado ser magníficas personas...

Y no puedo empezar, inmediatamente después de inaugurar este blog, por otro tema que mi tierra, Cádiz, a la que añoro cada instante que paso fuera de ella.

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