Dave, ¿soñaré?
Estas son las últimas palabras que la computadora HAL9000 le dice a David Bowman justo antes de que éste la desconectase, en la gran obra de Arthur C. Clarke “2001. Una Odisea del Espacio”. Es una frase perturbadora que nos lleva a plantearnos el origen mismo de la conciencia, nuestra esencia como individuos. La conciencia, la mente, el alma.
La ciencia lleva siglos estudiándola, y algo hemos avanzado. Pero los experimentos que se están realizando en la última década nos dan unos resultados realmente sorprendentes. Unos resultados que atentan contra el libre albedrío y contra nuestra concepción de conciencia. Según un reciente estudio, el presente dura tres segundos. Eso es lo que abarca nuestra conciencia, tres segundos entre el futuro que aun no existe y el pasado que ha dejado de existir. Tres segundos de transición. Otro estudio de Benjamín Libet afirma que somos los últimos en enterarnos de lo que nuestro cerebro tiene intención de hacer, que la conciencia va retrasada medio segundo con respecto a la realidad. Este experimento muestra una perturbadora separación entre realidad y conciencia.
Para entender mejor nuestra conciencia, podemos preguntarnos, ¿podemos crear una conciencia artificial? Sin duda llegaremos a crear procesos que simulen artificialmente un alto nivel de inteligencia. Podría decirse que en el futuro crearemos inteligencia artificial con capacidades superiores a las nuestras. Pero inteligencia no tiene nada que ver con conciencia. Son dos términos absolutamente independientes. No somos capaces de dar una definición convincente a ninguno de los dos, pero sabemos qué es inteligencia y qué es conciencia. Podemos crear un sistema electrónico con un nivel de inteligencia enorme, pero nunca adquirirá conciencia. Algo similar podemos decir de los sentimientos. Podemos crear un ser artificial que imite los sentimientos humanos, que recree las acciones que una persona realizaría ante determinados sentimientos, de forma que parezca que ese ser siente como nosotros. Incluso podríamos crear un equipo que sienta de verdad, que sufra dolor, que sienta alegría. Podría llegar a realizarse imitando las actividades de determinadas hormonas y neurotransmisores de los seres vivos. Pero eso sigue estando muy alejado de la conciencia.
Podríamos también preguntarnos, ¿porqué tenemos conciencia de nosotros mismos? Al fin y al cabo, la conciencia no es evolutiva. Evolutivas son las acciones ante determinados estímulos, o la inteligencia para la resolución de problemas. Pero no la conciencia. Entonces, ¿porqué la naturaleza nos ha dotado de conciencia? Es más, ésta conlleva unos procesos químicos que podemos definir como un auténtico despilfarro de energía, lo que evolutivamente es un gran lastre. Pero en cambio somos conscientes. ¿Porqué?.Si una máquina siente como nosotros, si tiene una inteligencia superior a la nuestra, ¿es esta máquina consciente? Pues no. La conciencia supone algo más. Podría incluso responder a estímulos como el conocer su futura desconexión con una perturbadora similitud a la actitud humana, ya que así se lo mandan sus algoritmos. Así, nos preguntará “Dave, ¿soñaré?”, pero será una pregunta vacía, sin una conciencia detrás. Pero admitir que no se puede crear una conciencia artificial implica admitir que la conciencia escapa del ámbito de lo físico, introduciéndonos en un ámbito que desconocemos.
La única conciencia de la que podemos estar completamente seguros es la nuestra. Pero planteémonos algo más, si unas pocas conexiones neuronales pueden dar lugar a una conciencia, unas pocas uniones NPN de silicio también podrían hacerlo. Yo realmente no lo creo, no creo que uniendo un poquito de masa podamos crear una conciencia. Creo que hace falta algo más, algo que se nos escapa y que se escapa del ámbito de la ciencia. Si no, volveríamos a la vieja pregunta de ¿dónde reside la mente, en la materia o en su estructura? Por más vueltas que le demos jamás llegaremos a ninguna respuesta, quizá nuestro sino es divagar hasta el último de nuestros días, cuando nos preguntemos, ¿soñaré?