"Tras cada hombre viviente se encuentran treinta fantasmas, pues tal es la proporción numérica con que los muertos superan a los vivos. Desde el alba de los tiempos, aproximadamente cien mil millones de seres humanos han transitado por el planeta Tierra. Y es en verdad un número interesante, pues por curiosa coincidencia hay aproximadamente cien mil millones de estrellas en nuestro universo local, la Vía Láctea. Así, por cada hombre que jamás ha vivido, luce una estrella en ese Universo." Arthur C. Clarke

sábado, 18 de agosto de 2007

La explosión de Cádiz

Hoy se cumplen 60 años de una de las mayores tragedias civiles que ha vivido la historia reciente de España, y que cambió para siempre la fisonomía de la ciudad de Cádiz, la explosión de 1947.

Era un caluroso anochecer de agosto cuando, a las 21:45, explotaron cerca de mil minas rusas submarinas que estaban almacenadas en el Depósito de Torpedos en la Base de Defensas Submarinas de San Severiano, situado en plena ciudad. La explosión borró en un instante todo un barrio de Cádiz, destrozó centenares de viviendas del resto de la ciudad, protegida por las murallas de Puerta Tierra, derribó las puertas de la catedral, de diez metros de altura y situada a más de un kilómetro de distancia en línea recta, rompió cristales de ventanas en Jerez, situada a varias decenas de kilómetros, y dicen que se pudo escuchar y ver el resplandor rojo en Sevilla.

Todos los supervivientes recuerdan con horror cómo de repente se fue la luz y un par de segundos después llegó la enorme onda expansiva, el estruendo, el calor, el polvo, la muerte, el horror. La tragedia se cebó especialmente, como suele ser tristemente habitual, con los más desprotegidos. Muy cercana a los polvorines estaba la Casa Cuna, que quedó completamente devastada y en la que fallecieron una enorme cantidad de niños y las monjas que se encargaban de sus cuidados. Todos recuerdan el rojo del cielo y el rojo de la sangre, el rojo, el color de esa triste noche.

"Tan rojo como el cielo se puso pronto el mármol de la entrada del Hospital Mora. Era la sangre de los heridos, que llegaban en camiones, arrastrados por vecinos. Esta vez el cura de la Palma no había podido sacar a la Virgen milagrera para que parase este maremoto de sangre y de terror, de gritos, de carreras, de hijos buscando a su madre y de madres buscando a sus hijos bajos las vigas caídas de San Severiano, en los distinguidos chalés de Bahía Blanca, en los Cuarteles. La Casa Cuna se había hundido con las monjas y los niños dentro, y los acomodados veraneantes de chaquetas blancas y baile en el Hotel Playa fueron igualados por la muerte con los obreros del Dique o con los soldadores de aquellos astilleros que tenían nombre de media del Atlético de Bilbao, Echevarrieta y Larrinaga, que quedaron destruidos."


Fue una auténtica catástrofe para la zona. La ridícula versión oficial situó la cifra de fallecidos en 152, la de heridos en 5.000 y los edificios dañados en 2.000, enormemente alejados de las estimaciones de numerosos historiadores, que sitúan la cifra entre las 3.000 y 5.000 víctimas mortales. Se dice que los restos del soldado que estaba de guardia sobre los polvorines fueron encontrados en las cercanías del Hotel Playa, a unos dos kilómetros del lugar de la explosión. Esto encaja mucho mejor con los testimonios de los servicios de rescates y los supervivientes de esa noche que aun quedan con vida:

"En el preciso momento en que yo pinchaba patatas con mi pequeño tenedor, las luces se apagaron al mismo tiempo que un terrible estruendo que casi estalla nuestras cabezas y oídos, hizo temblar todo a nuestro alrededor mientras se sucedían atronadores ruidos ocasionados por el derrumbe de paredes, cristales, ventanas sacadas de cuajo, destrozo de mobiliario… Instintivamente, recuerdo que me protegí la cabeza con las manos, pero antes de quedar todo totalmente sumido en la más profunda oscuridad me dio tiempo a ver caer del techo la lámpara de varios brazos sobre la mesa donde comíamos, a la vez que la ventana que tenía en frente de mí se abría estrepitosamente de par en par. Por ella empezó a entrar un polvillo rojizo y espeso que se extendió por todas partes y comenzó a hacer difícil la respiración. Todo era terrible y confuso en medio de la oscuridad. Inmediatamente empezaron a llegar los gritos de la calle.
Asustados y llorando nos agarramos a mi madre, que a tientas pudo comprobar que todos estábamos bien. Nos dirigimos a la salida. Los tabiques que formaban el pasillo habían caído y sin ver nada fuimos saltando por los escombros. La puerta de la casa también había desaparecido. En esa misma oscuridad, muy agarrados, fuimos bajando los escalones de los dos pisos que nos separaban de la calle, pisando toda clase de objetos rotos, principalmente puertas y cristales, hasta que llegamos a la calle. La calle…parece que la estoy viendo. Cientos de personas, la mayoría ensangrentadas, unas sujetando a otras, corrían desconcertadas gritando, pidiendo ayuda, llorando, llamando y buscando a sus familiares. Todo estaba oscuro a ras de suelo, pero el cielo se había puesto rojo. Había fuego en algunos lugares y lo que más me impresionaba eran unos hierros ardiendo que pasaban volando y caían encima de casas o encima de personas que corrían por la calle. Yo estaba aterrada. Mi madre me llevaba en brazos porque había perdido una zapatilla. Quiso quitarme de la mano el tenedor que empuñaba, pero fue imposible.
(…)Jamás podré olvidar las escenas que vi aquella noche: el llanto de tanta gente, los gemidos de dolor de los heridos, los cuerpos inmóviles por el suelo, los que en la oscuridad buscaban a sus seres queridos gritando sus nombres. Vi personas sangrando abundantemente pidiendo ayuda y muertos aplastados por los hierros. Mucha gente iba en pijama o ropa interior. Por la Avenida pasaban ambulancias y coches pidiendo paso con el claxon. Algunos recogían heridos. Por altavoces solicitaban hombres para acudir a la Casa-Cuna. También pedían voluntarios para dar sangre en los hospitales y para socorrer a los heridos.
(…)Había que alejarse de allí rápidamente. "¡A la playa!", decían por todos sitios. La gente corría y nosotros también. Dejando atrás tantos heridos sangrantes y tantas escenas de dolor, llegamos a la playa de Santa María del Mar. Bajamos por aquellos acantilados y nos situamos en la arena. Allí arriba estaba ardiendo el edificio de la Central eléctrica.
(…)Recuerdo el paso por el barrio de San José contemplando los destrozos sufridos en las casas. Lo que más me impresionó del trayecto -aunque quisieron evitármelo acurrucándome la cabeza- fue ver a lo lejos la puerta del cementerio y oír los comentarios y sollozos. La gente se agolpaba alrededor de un camión que estaba descargando cadáveres. Desde la distancia oíamos sus llantos y gritos de dolor. Fue una escena tristísima, difícil de olvidar."


"Asegura que a las diez menos diez de aquella noche, la del 18 de agosto de 1947, se encontraba "en el aeropuerto La Parra, a seis kilómetros de Jerez de la Frontera, cuando sobrevino una explosión enorme rompiendo los cristales de la compañía de aviación, a la cual yo pertenecía", asegura. "No pudimos localizar su procedencia y se decidió fletar un camión con diez oficiales y dos soldados como voluntarios en los que me incluí yo, y al amparo de las noticias de la radio (las llamadas de auxilio), nos dirigimos hasta la zona".
(…)Al poco tiempo llegaron a la capital y lo que en ella se encontraron jamás podrá olvidarlo. "Cuando entramos en la ciudad de Cádiz", prosigue, "vimos una verdadera catástrofe con faroles retorcidos y edificios totalmente demolidos".
Una vez en el barrio de San Severiano, lo que él y sus compañeros vieron era dantesco aunque asumieron que estaban ahí para ayudar. "Nos pusimos a recoger a los muertos durante dos noches y un día dándose casos de verdadero dramatismo".
(…)"Tuvimos que echar al camión personas de todas las edades, teniendo en cuenta que a esa hora la gente aguardaba para entrar para trabajar en los astilleros y otros muchos salían de su trabajo a las diez de la noche. La explosión ocurrió en un momento de mucho movimiento en la puerta de astilleros y murió mucha gente, familiares de los trabajadores". De camino al cementerio, cuenta Ildefonso, "teníamos que ir apartando todo tipo de hierros que se interponían en nuestro camino, producto de los destrozos que había provocado la terrible explosión. El caos era tremendo".
Entre sus recuerdos, que siguen muy vivos a pesar del tiempo que ya ha transcurrido desde aquel 18 de agosto de 1947, se encuentra el estado en el que quedó el barrio de San Severiano tras la explosión. "Era un barrio destruido", asegura, "donde se esparcían restos de cuerpos humanos, algunos no se podían describir". "

Junto a ello, Ildefonso García Roldán detalla de forma fidedigna cómo se encontró el cementerio de la ciudad, al que, a bordo del camión con el que habían llegado de Jerez de la Frontera, llevaban los cuerpos sin vida de las víctimas de la explosión. "El aspecto del interior del cementerio con filas de fallecidos sólo cubiertos con harapos y nosotros mismos teñidos de rojo por la sangre, sin tiempo para podérnosla limpiar", una imagen que sigue fresca en su memoria.
Al igual que siguen frescos los recuerdos de las dos noches siguientes a la explosión. "Estuvimos recogiendo cuerpos sin vida durante dos noches enteras y cada hora vaciábamos el camión en el cementerio con cerca de 30 fallecidos", asegura. "Por ello considero irrisoria la cifra total de muertos que se ha barajado siempre puesto que aquella noche no hubo menos de 4.000 fallecidos. Y esto lo defiendo ante quien sea porque yo mismo estuve retirando cuerpos durante dos noches enteras. El problema es que en aquel momento se quisieron tapar las consecuencias de la catástrofe". De hecho, "aquella madrugada todo el mundo hablaba de unos 5.000 muertos y luego, de repente, la cifra bajó a poco más de 150".


"Durante mucho tiempo la distracción favorita de los gaditanos fue recorrer la parte de Cádiz afectada por la explosión. De los astilleros no había quedado nada, ni de la casa de los Paredes, un chalé en el que murió toda la familia y dos o tres criadas, en total más de quince personas. Cerca de este chalé estaba la casa cuna, que quedó arrasada. Antes de la explosión, las monjas sacaban a los niños a paseas, los llevaban por el Campo de Sur y todos los veíamos caminar muy formalitos, en dos grupos, el primero de niñas y el segundo de niños, unos cien en toral, y a veces más. Después de la explosión sólo salían a tomar el sol unos doce o quince, y las monjas que siempre los habían acompañados habían sido sustituidas por otras, porque también murieron aquella noche."

Sobre los escombros de esa triste noche, y con las ayudas aportadas por el estado, se acometió la construcción de la ciudad nueva, más allá de las murallas, construida sobre antiguas necrópolis fenicias y romanas y, finalmente, sobre los restos de una ciudad devastada por la tragedia la noche del 18 de agosto de 1.947.

5 comentarios:

Gazulin dijo...

Se escuchó la explosión hasta desde Alcalá de los Gazules, a mas de 90km.
Ciertamente fue una catástrofe impresionante.

Saludos...

Blanca dijo...

Querido adivagar, has sido nominado como bloguero 2007, por tus interesantes aportaciones en la blogosfera.

Regresa pronto y sigue ilustrando a tua amigos.

Un abrazo.

Anónimo dijo...

Creo que por ética, se debían entrecomillar los párrafos y hacer referencias a su autor.

Adivagar dijo...

Ángeles, todos los párrafos que no son míos están enlazados a la fuente, con el cambio de tipo de letra que ello supone. Precisamente por ética, para que se vea claro que no es mío. Siempre procuro hacerlo así, para que quede claro qué texto es mio y cual no lo es. No obstante, quizá quede más claro si lo entrecomillo, aunque creo que como está ahora queda más que claro.

Adivagar dijo...

No obstante, como no me cuesta nada, ya están entrecomillado. Y con el enlace a la fuente, tal y como estaba antes.

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