Preferiría no saberlo
Supongo que estaremos todos de acuerdo con que hay cosas que quizá sea mejor no saber. Conocimientos que no nos aportan nada y que en cambio nos desagradan. El mejor ejemplo de ello lo encontramos quizá en los programas del corazón. También están presentes en la política o en los programas deportivos, por supuesto. Y como no podía ser de otra manera, la ciencia tampoco se libra de ellos. Voy a poner algún ejemplo.
A todos nos encanta nuestra propia cama y nuestra propia almohada. A veces es incluso difícil conciliar el sueño en cama ajena. Sabemos también que nuestra piel se desescama con mucha rapidez, y que los ácaros proliferan muy bien entre las herramientas de Morfeo. Con el tiempo, nuestra querida almohada se va llenando de ácaros, pelos y células epiteliales muertas. Hasta el punto que según un estudio citado por Bill Bryson en su brillante “Una Breve Historia de Casi Todo”, en una almohada de cinco años el 10% de su peso lo componen estas desagradables sustancias. ¡el 10%! Este dato ya es desagradable de por sí, pero se hace más insoportable si pensamos en las almohadas de los hoteles. Dormimos sobre los restos epiteliales de cientos de personas... Pero no hay motivo por el que preocuparse. Lavando la ropa con agua fría (unos 50ºC), como hacen ya casi todos los hoteles, no conseguimos librarnos de los ácaros. Pero eso sí, tendremos ácaros más limpios.
El siguiente asunto que sería mejor no saber es algo más escatológico. Tiene que ver con el intercambio de átomos, con el intercambio de materia. Cada uno de nosotros está compuesto por una cantidad ingente de átomos, una cantidad realmente enorme. Y los renovamos continuamente. Cada segundo perdemos miles de millones de átomos y ganamos otros tantos nuevos. Cada uno de nosotros posee átomos, materia, que antes pertenecieron a nuestros hermanos, padres, amigos, compañeros, mascotas. Tomamos un café con unos amigos y millones de átomos que antes pertenecían a otras personas se distribuirán por nuestros pulmones, riñones, músculos. Después de una visita al zoo nos llevaremos en nuestros intestinos, en nuestra piel, en nuestros ojos, millones de átomos de rinocerontes, caimanes, chimpancés o tarántulas. Pero más incómodo es pensar que el olor desagradable de ciertas emanaciones gaseosas corporales las experimentamos cuando millones de átomos que antes estaban en el extremo intestinal final de alguien terminan alojados dentro de nuestra nariz, donde son detectados por determinadas terminaciones nerviosas que nos dicen “algo me huele mal”.
Y hay muchos más asuntos que sería mejor no conocer, como la media de cucarachas y ratas que hay en cada edificio de cada ciudad humana, o el número de arañas que cada persona se come sin saberlo a lo largo de su vida. Creerme, mejor no ver fotos de los pequeñísimos insectos y larvas en suspensión que habitan en el agua corriente de nuestros grifos o incluso en el agua mineral embotellada. También es mejor no conocer la cantidad de materia fecal y de orina que retorna inmaculada a nuestro aparato digestivo después de un asombroso periplo por desagües, alcantarillas y depuradoras. En fin, que en ocasiones es mucho mejor para nuestra salud mental vivir en una cierta ignorancia.
9 comentarios:
Interesante, interantísimo, artículo.
Somos así, pero cuando cobramos conciencia de ello nos entra repugnancia. Nunca nos hemos creído un ser más de los millones de millones que pueblan el universo. Nos creemos especiales. ¿De ahí la idea de ser hijos Dios?
De todas formas, a uno no le parecería mal llevarse de recuerdo en su cuerpo un par de millones de átomos o de lo que sea después de pasar una noche estupenda con determinada mujer no menos estupenda. Como diría un vascorro: "Asco no me daría, pues".
Ostras, Adivagar... yo tengo ese libro!!! jajaja
Y sí, hay cosas que es mejor no saber!!!
Beso
Maripuchi, ¡ese libro es buenísimo! Merece la pena leerlo.
Manuel, no m elo había planteado así. Eso cambia la perspectiva, desde luego. Somos escrupulosos solo con lo que nos desagrada, claro.
Kanif, gracias. De todos modos algo de especiales tenemos. Por lo menos somos el animal con mayor nivel de conciencia de los que conocemos, que no es poco. Aunque ciertamente aun conocemos muy poquito de lo que puede haber por ahí.
Saludos.
... y si no que se lo digan a Michael Jackson, por ejemplo...
;-)
¡Bendita ignorancia! Y limpia... Tras leer tu entrada miro con sospecha mi mesa, mi teclado, el sillón, la manilla de la puerta del servicio...
Hoy he entrado en tu blog por primera vez y me ha gustado mucho. Lo leeré frecuentemente. Enhorabuena
Creo que eso del 10% explica lo de mi alergia perpetua.
Por otro lado, desde luego lo que plantea manuel ortiz no resulta tan desagradable...
"Ojos que no ven corazón que no siente", pero... ahora que adivagar nos ha dado luz, creo que tendremos que optar por: no pensar en ello, negarlo (no hay peor ciego que aquel que no quiere ver) y, la otra opción, es asimilarlo... con todas las consecuencias.....
Bienvenido, Robert Redford (¡qué nivelón). Gracias por tus comentarios, también he visitado tu blog (y el de Paul Newman), lo enlazo en cuanto pueda.
Viajero del Guadiana, rebienvenido!
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