"Tras cada hombre viviente se encuentran treinta fantasmas, pues tal es la proporción numérica con que los muertos superan a los vivos. Desde el alba de los tiempos, aproximadamente cien mil millones de seres humanos han transitado por el planeta Tierra. Y es en verdad un número interesante, pues por curiosa coincidencia hay aproximadamente cien mil millones de estrellas en nuestro universo local, la Vía Láctea. Así, por cada hombre que jamás ha vivido, luce una estrella en ese Universo." Arthur C. Clarke

jueves, 4 de octubre de 2007

Bip, bip, bip, bip...

El 4 de octubre de 1957, hace hoy 50 años, la humanidad dio su primer tímido paso por escapar de la gravedad terrestre. La URSS ponía por primera vez en la historia un objeto humano en órbita terrestre, el pequeño satélite Sputnik. Lanzado desde el cosmódromo de Baikonur, en Kazajstán, por entonces república soviética, era una pequeña sonda esférica de 58 centímetros de diámetro y 83,6 kilos de peso. En su interior, relleno de nitrógeno líquido a 1,3 atmósferas, escondía dos radiotransmisores de un vatio de potencia, una sonda de medida de presión, otra de temperatura, un ventilador y tres baterías de plata y zinc. Además poseía cuatro largas antenas con las que transmitía su señal a todo el mundo.

El pequeño satélite orbitaba la tierra a una distancia de entre 938 y 215 kilómetros de altura, pasando en muchas ocasiones sobre los cielos de Europa y de los Estados Unidos. Desde todo el mundo se podía captar su señal con un simple equipo de radioaficionado. Una señal en la que se transmitían codificados los datos de los sensores de la sonda.

Fue un auténtico hito científico, y también propagandístico. «Gran victoria en la competencia mundial contra el capitalismo», titulaba el 'Pravda', mientras que Occidente seguía con la mosca en la oreja aquel rastro de «bip... bip... bip...» emitidos por el ingenio.

El “compañero de viaje”, significado de Sputnik en ruso, dio 1440 vueltas alrededor de la Tierra antes de desintegrarse en su regreso a la atmósfera, el 4 de enero de 1958, después de haber recorrido 70 millones de kilómetros en las proximidades de la Tierra. Pero lo más importante de este satélite es que abrió un camino que aun estamos recorriendo, la exploración del universo. Azuzó la imaginación de toda una generación que estudiaría con entusiasmo los secretos del espacio y que enviaría sondas a la Luna, a Marte, a Venus y casi a cada rincón del sistema solar.

Pero la intencionalidad real de esta temprana carrera espacial no era ni mucho menos científica. Estaba enmarcada dentro de otra carrera, la armamentística. La utilidad futura de los satélites empezaba a ser clara, aunque aun tenían muchos detractores que mantenían que no servían para nada, que no podían mandarse al espacio sistemas complejos. Pero la utilidad armamentística de esa carrera era clave. Para lanzar al espacio esa sonda se empleó el vehículo de lanzamiento R7, un misil balístico intercontinental. Tanto EEUU como la URSS estaban ensayando sus sistemas de misiles, perfeccionando una tecnología aun en pañales, con el fin último y claro de introducir cabezas nucleares en ellos y poder llegar a cualquier rincón del planeta sin salir de su territorio. Como finalmente sucedió. Una vez conseguidos los objetivos mediante los ensayos científicos, los lanzadores se empezaron a fabricar en masa y montar armamento nuclear en ellos.

«Nuestra misión no era crear un cohete para el Sputnik, sino diseñar un misil intercontinental capaz de llevar una carga termonuclear hasta EEUU», explica Chertok, responsable de establecer la conexión electrónica de los cohetes con las cargas nucleares. «Muchos pensábamos que aquella tarea no era seria, que era cosa de románticos y que no era necesario para nadie... Pero los colaboradores más cercanos de Koroliov sabíamos que él soñaba con el Sputnik». Gracias a estos “románticos”, hoy tenemos toda una flota de satélites que nos dan todo tipo de información meteorológica, biológica, de polución, predicción de desastres, seguimientos de incendios, de bancos de peces, de migraciones, seguimiento de la capa de ozono, de la desertización, de la deforestación, de las corrientes y mareas, etc, etc, etc... Además de todos los satélites de telecomunicaciones que nos proporcionan la instantaneidad de la aldea global, la transmisión de noticias desde cualquier lugar del globo, el seguimiento en misiones de rescate marítimo o terrestre, e infinidad de servicios que salvan literalmente miles de vidas cada año. Y todo empezó con este pequeño “compañero de viaje”, del que hoy se cumplen 50 años.

Si queréis escuchar el sonido que conmocionó al mundo, o simplemente saber más sobre este primer satélite artificial, pinchar aquí.

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