"Tras cada hombre viviente se encuentran treinta fantasmas, pues tal es la proporción numérica con que los muertos superan a los vivos. Desde el alba de los tiempos, aproximadamente cien mil millones de seres humanos han transitado por el planeta Tierra. Y es en verdad un número interesante, pues por curiosa coincidencia hay aproximadamente cien mil millones de estrellas en nuestro universo local, la Vía Láctea. Así, por cada hombre que jamás ha vivido, luce una estrella en ese Universo." Arthur C. Clarke

jueves, 18 de octubre de 2007

El olor de los recuerdos

Es sorprendente lo evocador que resultan los olores. No hay ningún sentido como éste para traernos a la memoria recuerdos entrañables, lugares de nuestra infancia, vivencias enterradas en el tiempo. Quizá lo insustancial de los olores los convierten en más evocadores de nuestros también insustanciales recuerdos.

A menudo vamos por la calle y un determinado olor nos retrotrae a algún lugar olvidado hace tiempo. Decimos cosas como que “huele a Pontevedra”, como si una ciudad poseyera en exclusiva un olor determinado. Pero para nosotros es así, es lo que nuestras vivencias han marcado a fuego por siempre en nuestra conciencia. Así, para uno el romero será siempre el olor de Granada y para otros el de Oviedo.

Hay olores que nos devuelven a nuestra niñez, olores que nos hacen sonreír al recordarnos tiempos felices. Es curioso que el sentido menos desarrollado en el ser humano sea el que tenga más fuerza evocativa, apareciendo en el límite de nuestra conciencia, en los suburbios de nuestra mente, para hacernos revivir momentos lejanos que nos estaban abandonando por siempre. Para mí el olor del mar, ese olor salado, fresco, el olor que te envuelve en cuanto se abren las puertas del tren en Cádiz, hace que instantáneamente me sienta en casa, me acoge entrañablemente, me da la bienvenida a mi tierra. Lo aspiro profundamente para llevar esa sensación a cada rincón, para recordarle que de nuevo estoy en casa. Huele a verde mar, como Galicia me huele al verde del musgo y a la sal de las rocas. Cádiz a arena húmeda y Bayona a piedra oscura golpeada por el mar. Cada uno tiene los suyos, y el olor de la infancia siempre será placentero.

Siempre agradable, pues nos devuelven vivencias que nunca volverán. Nunca volverán pues nunca han podido irse. Son esos sentimientos intangibles, esos insustanciales recuerdos que pueblan nuestra rutina, aparcados en un rincón de la conciencia hasta que despiertan a gritos nuestra humanidad, los que nos hacen como somos. Siempre nos acompañan, con esa melancolía que arrastra el tiempo, pues realmente somos nuestros recuerdos.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Pero adivagar tío veo que no los has superado todavía, ... bueno, yo tampoco.
Por cierto, ¿Qué pasa con el puente ese de los cones que decían el siglo pasado que estaba ya listo para empezar?

Anónimo dijo...

Yo, que aún estoy más cerca, también extraño el olor a mar, la brisa que sólo allí sopla de aquella manera.

¿El puente? Viene ahora, en Todos los Santos....o...¿te refieres a otro puente?

Homo Insanus dijo...

Soy del sur de Cádiz, así que comprendo perfectamente tu identificación olfativa con un lugar y con unos recuerdos, porque a mí me pasa también. De hecho, el olor a sal y la humedad en el aire, junto con la eterna vista del cielo y el mar confluyendo en el horizonte, es uno de los pocos motivos o razones que me hacen sentirme de un pueblo, de un sitio concreto, más aún que el paisanaje, la familiaridad de las caras u otros factores.

El mar en el aire,qué imprescindible para mí.

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