Kelvin y las leyes de la termodinámica
Se dice de William Thomson, nombre real de Lord Kelvin, que fue una de las mentes más sorprendentemente lúcidas de la historia de la humanidad. Nacido en 1.824 en Belfast, se trasladó unos años después a Glasgow, donde fue admitido en la universidad a la edad de diez años. Con solo 20 años se había licenciado también en Cambridge de forma algo sorprendente, obteniendo los máximos niveles en matemáticas, en remo y fundando una asociación musical en la universidad. Había publicado ya una docena de artículos en inglés y francés sobre matemáticas puras y aplicadas. Publicó dichos artículos de forma anónima por miedo a poner a sus superiores en evidencia, debido a la deslumbrante originalidad de los artículos.
Durante su vida tocó casi todas las ramas de la física, y consiguió la riqueza gracias a 69 patentes que le proporcionaron enormes ingresos. Por ejemplo, fundó las bases de la refrigeración (¿alguien recuerda los kelvinator?) Llevó la lógica a la medida de la temperatura al instaurar una escala absoluta con valores únicamente positivos y grados de amplitud igual a los centígrados, basados en la congelación y ebullición del agua. Ésta escala es, por supuesto, la escala de los grados kelvin. Impulsó con sus inventos la telegrafía intercontinental, la brújula marina o las sondas de exploración marítima. Su gran error fue fijar la edad de la Tierra en entre 20 y 400 millones de años, aceptando finalmente la edad de 24 millones. Pero estamos hablando de una época en la que estaba firmemente aceptado por la comunidad científica que la edad del universo (fijada por físicos y astrónomos) era menor que la de la Tierra (fijada por geólogos y biólogos). Y ninguno daba su brazo a torcer.
Su gran éxito, por supuesto, fue la segunda ley de la termodinámica. P. W. Atkins definió muy bien estas leyes de la termodinámica cuando dijo: “Hay cuatro leyes. La tercera de ellas, la segunda ley, fue la que primero se identificó. La primera, la ley cero, fue la última que se formuló. La primera ley, fue la segunda; la tercera ley podría no ser una ley en el mismo sentido que las otras”. Y en cambio, se trata del conjunto de leyes, para muchos, más elegantes y absolutas de las que haya formulado el hombre. Dennis Overbye las describe irónicamente de la siguiente manera:
1.- No puedes ganar.
2.- No puedes empatar.
3.- No puedes abandonar el juego.
En fin, mucho debemos a este genio del siglo XIX, que cambió para siempre la historia de la ciencia.
3 comentarios:
Pues se parece un montón a Rasputín.
Aunque lo de las barbas esas debía ser la moda de la época porque me recuerda mucho también a Dostoyevski e incluso un poco a Marx.
Espero que la moda esa vuelva después de haber pasado yo a la otra vida.
Por lo menos pudo disfrutar en vida de los frutos de su esfuerzo.
Jajaja! Sí, esa barba debía ser la moda de la época. Poco después de inventarse la fotografía esa barba pasó de moda, la gente empezó a verse retratado y claro...
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